Hace tiempo que el mundo del desarrollo de productos y servicios (tanto físicos como digitales) está gobernado por el «producto mínimo viable» (MVP en sus siglas en inglés), pero es eso lo que realmente deseamos para diseñar productos?
Sin entrar en detalle, un MVP es una versión primaria y mínimamente usable de un producto que sirve para empezar a aprender de los usuarios, una especie de muestra de lo que podría llegar a ser una vez completado, pero que dista mucho del hipotético producto «final». La creación de un MVP a menudo supone un hito y ayuda a evitar gastar cantidades ingentes de recursos (tanto humanos como económicos) en el desarrollo de un producto o servicio y acorta plazos para prototipar de forma rápida, pero que nunca se debería entender como un producto completo. Es simplemente un producto funcional pero arcaico al que se llega mediante sistemas iterativos usando metodologías tipo Agile, Lean o basados en los datos de usuario (por mencionar algunos). Un producto que se irá puliendo y al que se le irán añadiendo parches para solucionar los problemas que se identifiquen, incorporando funcionalidades y mejorando las existentes o simplemente eliminando aquellos que han recibido un feedback negativo por parte de los usuarios.
En metodología agile se cita siempre la teoría del «patinete > bicicleta > moto > coche» según la cual se empieza construyendo un patinete (MVP) para, posteriormente y a golpe de iteración, mejorar el producto con el fin de acabar disponiendo de un coche de altas prestaciones (sic). De entrada el planteamiento es goloso porque permite sacar a la luz un producto básico de forma ágil y colgarse una medalla rápidamente, pero el problema es que a menudo para llegar a este MVP se renuncia a tanto y se da tan poca cancha a los argumentos que no son técnicos que éste resulta en un producto poco atractivo y poco convincente. En el mejor de los casos, una vez entrados en esta dinámica –y siempre que el producto sobreviva a su lanzamiento– lo probable es que finalmente, más que un coche de altas prestaciones, acabes teniendo un «Troncomóvil» tuneado.
¿Porque muchas empresas y startups se sienten fascinadas por los MVP? ¿Porqué se exponen al riesgo de sacar a la luz un producto arcaico que quizás (aún) no enganchará al usuario?
Simplemente porque un MVP es un gran primer paso para la construcción de un producto digital o de un servicio y que permite obtener algo palpable y mínimamente usable de forma rápida aunque el corsé de las posibilidades técnicas y el timing apretado. Un MVP permite comenzar a mover el negocio con una inversión ajustada, posicionándolo en el mercado antes de que lo haga otro y ayudando a prototipar y evolucionar la idea con usuario real. Visto así es un gran recurso, pero desde el punto de vista del usuario no debería considerarse suficiente ya menudo no se ve su «lado oscuro»: tener que conformarse con una primera versión de un producto usable pero carente de todo encanto, de una buena experiencia de usuario y con el que no se llega a conectar emocionalmente, ofreciendo un producto a menudo demasiado arcaico y, en algunos casos, decepcionante y frustrante. La impaciencia por el resultado y el deslumbramiento de un producto «supuestamente vivo», acaba llevándose por delante ideas que quedan aparcadas para futuras rondas de iteración que a menudo no llegan porque siempre pasan otras cosas por delante. No se tiene en cuenta una visión de diseño más estratégica ni se busca una experiencia innovadora, porque la prisa se come los procesos.
Existe una alternativa al MVP: el «Producto Mínimamente Convincente» (MCP en sus siglas inglesas), una versión mejorada con la que se obtiene igualmente un producto mínimo, pero mejorando la experiencia global que se le ofrece a usuario, mejorando también los resultados.
Es una aproximación igualmente de mínimos pero a la que se le añade una capa más de intención que la simple viabilidad, poniendo de relieve que el producto a lanzar, por mínimo que sea, debe ser lo suficientemente convincente a la hora de ser utilizado y también tener el potencial para integrarse en la vida diaria de los usuarios. Es una aproximación mejorada del MVP que tiene en considera que un lanzamiento de un producto arcaico, poco ambicioso y encorsetado a las posibilidades tecnológicas supone una pérdida de oportunidad fatal. Un MCP busca responder a ciertas preguntas antes de lanzar esta versión mínima:
¿Es lo que le ofrecemos al usuario claro, lo hace de agradablemente y además es eficaz? Resuelve algún problema? ¿Lo hace de forma única y memorable? ¿Es lo suficientemente convincente como para ser adoptado en la vida diaria? ¿Está claro el valor y el beneficio para el usuario? ¿El producto mínimo que lanzaremos podría llegar a ser frustrante? ¿Se consigue alguna respuesta emocional por parte del usuario?
Con estas preguntas se analiza si la experiencia que estás ofreciendo es la adecuada o, por el contrario, está limitada a las posibilidades técnicas y temporales sin tener en cuenta que un usuario es una persona y que se rige por emociones. Un MCP propone que pensemos en el diseño de la experiencia con perspectiva, poniendo la vista en el objetivo final del producto y qué consideremos irrenunciable para ofrecer una primera versión que, además de usable, debe ser exitosa y emocionalmente satisfactoria para al usuario.
En ciertos ámbitos del desarrollo de producto existe la creencia -errónea bajo nuestro punto de vista- que los productos casi pueden diseñarse a sí mismos mediante un proceso de desarrollo iterativo sin fin. Un proceso mediante prueba/error con el que se aplican mejoras constantemente para tapar las vías de agua que salen evitando el naufragio, pero que se deja arrastrar por la corriente. Eso difícilmente puede considerarse diseño, es darwinismo.
¿Alguien realmente cree que puede enamorar al usuario y recibir buen feedback ofreciéndole productos inacabados, carentes del más mínimo atractivo y que no ofrecen una buena experiencia? En una sociedad de consumo en la que nos bombardean con propuestas, productos y servicios constantemente, en la que la competencia es feroz y el consumismo se expresa incluso en las relaciones personales, quien tiene el tiempo y las ganas suficientes para perder en un producto a medias que no le suscita el mínimo interés y con el que es difícil conectar?
Cada equipo tendrá que decidir qué significa «mínimo» para él, pero lo que está claro es que la palabra viable nunca será demasiado «sexy» ni inspiracional para el usuario de a pie. Es evidente que un enfoque como el que plantea un MCP, más profundo, ambicioso y con un poco más de visión, requiere tiempo y trabajor para mejorar la experiencia de usuario, aplicándole diseño estratégico, pero el beneficio que conlleva para el producto y para el propio modelo de negocio es sustancial y bien vale la pena. Si queremos crear productos que tengan una tasa de adopción superior y que fácilmente establezcan lazos con nuestros usuarios es hora de reivindicar la construcción de MCP en vez de los MVP, asumirlos como el objetivo y liberarse del corsé de lo posible. Ofrecer a los usuarios productos que, a pesar de ser sólo el primer paso del recorrido, ya empiecen a satisfacer sus necesidades, los objetivos y las expectativas, que ya les sea convincente y que les permita imaginar más allá de la versión primaria. Es un planteamiento más respetuoso con la propuesta que busca una conexión positiva huyendo de dejar frustrado a los usuarios y, en consecuencia, perjudicar al propio modelo de negocio.
A las personas, que nos movemos por emociones y sentimientos, necesitamos un enfoque más humano sobre los productos con los que nos relacionamos y no nos gusta que éstos nos «dominen». Si no fuéramos capaces de imaginar dónde queremos llegar y nos dejáramos llevar simplemente por lo que es posible, donde habría espacio para la innovación? Un MCP nos presenta al mundo un producto funcional que tiene intención, que es convincente, atractivo, profundo y cohesionado. Un producto que llama la atención del usuario y que conecta con él desde un primer momento, un punto de inicio más evolucionado y en el que se utilizan también todas las herramientas que ofrece una marca para establecer una relación positiva desde una perspectiva de diseño ambiciosa, amplia y estratégica, ofreciendo una experiencia y una propuesta de valor memorables, dotando a los productos de una intención, de un alma, definiendo el porqué y provoque una mayor confianza.
Abandonamos de una vez la tiranía de lo que es posible técnicamente y mostremos al mundo el potencial de diseñar productos encantadores, abrazamos los MCP.
Ferran Mitjans